Atardece en Poyales del Hoyo, Ávila, y se recorta la silueta negra de un árbol sobre las luces cálidas del ocaso. Se trata de una encina, especie baluarte en la península ibérica que ejemplifica como ninguna el concilio mantenido durante siglos entre la naturaleza y el ser humano.

Este equilibrio se ha ido deteriorando a pasos agigantados desde mediados del siglo pasado, tanto en esta zona concreta como en gran parte de las zonas rurales del resto del país, y el contexto de cambio climático que vivimos amenaza con romper para siempre un paisaje cultural de incalculable valor. La proliferación incontrolada de viviendas secundarias, las actividades de ocio y esparcimiento, los incendios, las sequías, y un largo etcétera se han unido a la crisis del sector primario, desapareciendo la mayoría de actividades agrarias tradicionales.

Es por ello que aquí presentamos una visión panorámica de la comarca del Valle del Tiétar, un territorio al que nos unen fuertes vínculos. No obstante el relato que exponemos se puede aplicar seguramente a una inmensa mayoría de la geografía rural española.

La zona se sitúa al sur de la Sierra de Gredos y está integrada por 24 municipios. Se caracteriza por su suave clima, actuando la sierra de barrera de los vientos fríos del norte, siendo conocida la región como la Andalucía de Ávila.

Con alrededor de 1.100 km2 de superficie, presenta un paisaje muy variado con representación de varios tipos de ecosistemas. Limitada por la provincia de Toledo al sur, por las crestas de Gredos al norte, por Cáceres al oeste y por la Comunidad de Madrid al este, sus altitudes van desde los 300 metros del Río Tiétar en el Embalse de Rosarito a los 2.592 del pico Almanzor, cumbre más alta del Sistema Central. Esto da lugar a un rico mosaico de biotopos, desde densos bosques de ribera a crestas rocosas. El Río Tiétar configura este extenso valle, nutrido por una amplia red de gargantas y ríos que recogen el agua de esta cara sur de la Sierra de Gredos y la canalizan hasta él.

En la vega o fondo de valle  existe un soto bastante bien conservado, alternado con huertas, pequeños cultivos, pastizales adehesados, encinares, alcornocales y pinares, así como vegetación de ribera con alisedas y fresnedas. Son los territorios con condiciones climáticas más cálidas y con menor pluviosidad. Los usos extensivos son los habituales en estas zonas de variados paisajes agrarios, donde también aparecen grandes cotos de caza.

En las zonas intermedias aparecen matorrales, melojares, encinares, castañares y pinares de repoblación, cubriendo pequeños valles y gargantas que van descendiendo en cota a medida que se acercan al Río Tiétar. Este territorio comprende un alto potencial de valores y recursos, ya sean agrarios, hídricos, forestales, ganaderos o paisajísticos. Se trata de zonas con un fuerte presencia antrópica, ya que en ellas se hallan las mayoría de pueblos y paisajes agrarios como viñedos, prados, olivares, castañares, cerezos, choperas o pinares. Así, sus valores medioambientales son de carácter cultural, derivados de la explotación y uso tradicional del territorio.

Hay que destacar por encima de todas las formaciones vegetales el bosque de pino resinero (Pinus pinaster), calculándose unas 35.000 hectáreas que comprenden un 30 % de la superficie de la comarca.

Las zonas más altas presentan pastizales, piornales, matorrales y roquedos, configurando un territorio de alta montaña, con fuertes pendientes e imponentes riscos. Pese a las duras condiciones climáticas, estas zonas presentan importantes endemismos, tanto de flora como de fauna, destacando la Cabra Montesa (Capra  pyrenaica), todo un símbolo de Gredos.

La presencia humana se evidencia en estas tierras desde tiempos remotos, ya que, como muestran tanto el castro de El Raso como los Toros de Guisando, los Vettones dejaron aquí su huella desde el primer milenio a.C. Los romanos también ocuparon estos pagos, dejando como recuerdo la calzada romana de El Puerto del Pico.

La huella musulmana fue mínima, por tratarse de un territorio limítrofe, y es a partir de la conquista de Toledo en 1085 por Alfonso VI cuando la zona empieza a repoblarse de gente con lentitud, citándose ya en el siglo XIV como un territorio humanizado. En los siglos posteriores habrá una desvinculación territorial de Ávila y una expansión económica y demográfica, alcanzándose los casi 18.000 habitantes a finales del siglo XVI, con una estructura de poblamiento similar a la actual.

Con el sector agrícola siempre como protagonista, se roturan bosques y pastizales, aparecen nuevos cultivos y se dedica más superficie a los frutales. Las bondades climáticas de la zona, con elevada pluviosidad, suelos ricos y periodos vegetativos largos invita al cultivo y al asentamiento. En el año 1786 los censos arrojan una población de 20.986 habitantes, superando el pico de siglos anteriores. La presión demográfica es fuerte y continua a la alza; en 1900 se alcanzan los 34.470 habitantes.

Es en la primera mitad del siglo XX cuando el Valle del Tiétar se empieza a configurar tal como lo conocemos en la actualidad. La mejora de infraestructuras viarias rompen el aislamiento y aparece el turismo. En 1950 la comarca llega a los 47.219 habitantes, máximo de su historia, dando lugar a un desajuste entre población y recurso , por muy diversos que fueran los aprovechamientos (pastos, resina, madera, cultivos, etc.). El medio ya no es suficiente para sustentar la población existente , y es en los difíciles años de la posguerra cuando muchas familias sin tierra luchan contra la pobreza y la escasez.

A partir de entonces, la rotura de esta economía de subsistencia, la crisis del sistema agrario tradicional y la llamada de las ciudades comenzaron a modelar la historia moderna de la zona. El decaimiento de varios aprovechamientos, por ejemplo el resinero y el maderero, dio lugar a una fuerte despoblación que ha dejado una sociedad envejecida y masculinizada, además de un monte con apenas uso en el cual el incremento de biomasa vegetal por la ausencia de aprovechamientos ha dado lugar a grandes incendios.

A partir de los años 70, la emigración se vio frenada por el auge turístico. La población se ve relativamente estabilizada, aunque la edad media no para de crecer. Antiguos emigrantes con poder adquisitivo recuperan viviendas viejas, se construyen residencias e infraestructuras y la población de la zona se triplica en los periodos vacacionales largos y en los meses de verano. Las viviendas secundarias pasan de 2.323 en los 1970 a más de 16.000 en la entrada del nuevo milenio, y 16 de los 21 pueblos tenían ya más viviendas secundarias que principales en 1991. Las actividades de ocio modifican la dinámica de los pueblos, totalmente diferente en fines de semana y periodos vacaciones que en el resto del año.

La dificultad de integrar turismo y esparcimiento con conservación y control urbanístico ha sido la tónica de la evolución de la zona. Frente al abandono de las actividades tradicionales se produce el desarrollo de actividades recreativas relacionadas con el ocio turístico. Muchas parcelas agrícolas, tanto de secano como de regadío, han sido abandonadas, y son las huertas de uso doméstico las que resisten. La ganadería tampoco aguanta perenne el paso del tiempo, desapareciendo prácticamente en los terrenos de media ladera, quedando explotaciones extensivas en las dehesas del fondo del valle, sobre todo de la raza avileña. De igual forma, las cabañas ovina y caprina se han visto significativamente reducidas. Esta crisis de los aprovechamientos tradicionales no solo implica la necesidad de la población de adaptarse a las nuevas opciones de fuentes de ingresos actuales, sino que también desliga el paisaje, modelado durante siglos por estas actividades ancestrales, con el contexto socioeconómico actual.

La proliferación de campings, bares, restaurantes, casas rurales y viviendas secundarias, muchas de ellas llevadas a cabo sin el respeto que exige el contexto tradicional ha convertido la zona en un territorio turístico, siendo cada día más un pilar económico fundamental. Por desgracia, ni el territorio ni la sociedad local han sido preparadas para este cambio socioeconómico, ni las actividades nuevas están sabiendo integrarse de manera correcta en el territorio.

El modelo actual lleva varias décadas tensando la cuerda del equilibrio socio-ecológico del valle y se muestra inoperante a la hora de responder a las necesidades que nos acucian. Las sequías, incendios y fenómenos climáticos extremos que están por venir pueden terminar de romper ese equilibrio que soporta el territorio historicamente. Tras el verano más cálido del que se tienen registros, los pocos cultivos que quedaban se resienten, la contaminación de ríos y acuiferos va en aumento, los grandes incendios aumentan su frecuencia  y la enorme presión turística que ejerce Madrid ahoga unos ecosistemas en claro declive.

Urge buscar nuevos modelos de desarrollo. Reconectar a la población con el medio es el único camino posible para que las generaciones futuras puedan disfrutar del auténtico Valle del Tiétar, el que conocí yo de niño y que cada año veo más y más lejano.

 

Bibliografía:

  • Abad, J., Garcia, F. y Cepeda, C. La situación de los Incendios en el Valle del Tiétar, 2007.

 

  • Acta Mesa Social para la Estrategía Territorial del Valle del Tiétar, 2011.

 

  • Martínez, E. El Bosque del Valle del Tiétar en la Historia, un Bosque Emblemático Bajomedieval. Revista Trasierra, 1998.

 

  • Troitiño, M. Problemas Territoriales y Medioambientales en el Valle del Tiétar Abulense. Revista Trasierra, 1997.