Toca analizar los censos de lince publicados hace apenas un par de días por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico.
En primer lugar, no cabe duda del éxito que está teniendo el programa de reintroducción de la especie. El mantra de llevar los linces donde hay conejos ha funcionado de maravilla y la mayoría de áreas de reintroducción se han convertido en subpoblaciones estables donde las densidades de lince y el ratio hembras reproductoras/cachorros son esperanzadores.
Este ratio es el termómetro perfecto para medir la salud de una subpoblación. Castilla La Mancha, donde mejor le está yendo a la especie. arroja una media de alrededor de 2 cachorros por hembra reproductora. Extremadura y Portugal le siguen de cerca, sin llegar a 2 pero superando los 1,6 cachorros por hembra.
No se puede decir lo mismo en las dos únicas poblaciones naturales que sobrevivieron a la extinción. Ambas llevan años asfixiadas por la falta de conejo. Doñana se queda en apenas 1 cachorro por hembra y a Andújar-Cardeña le salva la inclusión de los datos procedentes de las zonas de olivar, donde la abundancia de conejos permiten la correcta viabilidad de los linces.
La población en la Sierra de Andújar está estancada en el mejor de los casos, sino en regresión. Es una pena que no se desglosen los datos relativos a esta sierra. Probablemente sean dramáticos. Y si lo eran ya en 2022, lo que estamos viviendo este 2023 es aún peor, con la mayoría de hembras conocidas sin criar.
En Andalucía, donde se encuentran el casi el 38% de los linces, la única población que parece funcionar correctamente es la de Guarrizas. En los olivares también se están constatando buenos datos reproductivos, pero no olvidemos que el olivar es un ecosistema muy antropizado y lleno de amenazas para la especie, entre ellas la proximidad a la autopista.
Guadalmellato, el primer área de reintroducción de la especie, que ya mostraba datos muy preocupantes en el censo de 2021, sigue descendiendo por la ausencia de presas. Allí, 14 hembras reproductoras dieron a luz un total de 6 cachorros en 2022. No llega a medio cachorro por hembra. Esto es un claro ejemplo de los ratios que muestran las áreas con poco conejo. En la sierra de Andújar podrían ser parecidos.
Lo que sí hace el documento público del censo es remarcar que la única metapoblación de la especie tiene a Andújar como piedra angular. Esta importancia que si le conceden en los textos no se ha visto reflejada en actuaciones sobre el terreno en los últimos años, y los territorios linceros de la sierra se siguen perdiendo. Desde que en 2011 una cepa de la enfermedad hemorrágico vírica de los conejos diezmara sin piedad sus poblaciones, rara vez ha habido más cachorros que hembras reproductoras de lince en la población de Andújar-Cardeña. El dato más estremecedor apareció en 2013, cuando para 64 hembras reproductoras constatadas nacieron solo 15 cachorros. El problema no es nuevo, es bien sabido y requiere de soluciones inmediatas, que realmente llegan varios años tarde.
Andújar, además de encontrarse en el medio geográfico de la citada metapoblación, guarda un reservorio genético único. Con cada lince que perdemos en esta sierra se van unos genes que muy probablemente no estén representados en los centros de cría.
Por último, y por lo que a nosotros nos toca, tenemos que citar el componente emocional de la población de linces de esta sierra. Este fue el bastión de la especie hasta hace muy poco. Entre sus jaras y cantuesos aguantaron los últimos ejemplares, la última población realmente viable estaba entre las suaves lomas y vaguadas de la sierra de Andújar. Estos supervivientes fueron capturados, tanto para salvar Doñana, donde la falta de diversidad genética impedía la correcta reproducción, como para empezar los programas de cría en cautividad. Si ahora contamos con más de 1600 linces en la península es sin duda gracias a que el valle del río Jándula protegió a los últimos gatos rabones. Y este valle merece seguir viéndolos por muchos años.
22 de mayo de 2023, Sierra de Andújar